viernes, 1 de marzo de 2013

Robar en el hotel

Ahora que están los juegos olímpicos en la boca de todo el mundo no estaría de más que declaráramos en España el acto de robar como deporte olímpico. Con sus categorías y todo: a-salto con pértiga, slalom con policías o cien metros lisos con cartera ajena. Y con categorías a niveles superiores como tiro a la hacienda pública o esgrima sus argumentos para su defensa señor político. Porque además en política tenemos el récord mundial y olímpico de mangantes y corruptos. Aunque lo preocupante no es tener muchos corruptos ostentando posiciones de poder. Lo realmente preocupante es estar seguros de que pondríamos la mano en el fuego por muy pocas personas a nuestro alrededor, a las que creemos capaces de hacer exactamente lo mismo si tuvieran algún carguito.



Un ejemplo paradigmático de este tema es el que nos ocupa hoy: robar en los hoteles. Un gesto sencillo de la sociedad que indica que a la mínima que tengamos posibilidad de cometer un acto delictivo sin consecuencias, éste ocurrirá inexorablemente. Es una especie de ley de Murphy del mangoneo. Esto en Japón no pasa. Los japoneses ven una cartera en el suelo con billetes a rebosar y se pueden pudrir los billetes en el suelo que no los coge. Un español ve una cartera en las mismas condiciones y se le presenta siempre el mismo dilema moral: “¿En qué podría gastármelos?”

Así pues, cuando alguien se va a casar en este santo país su ajuar de toallas está patrocinado por Husa, Melià y Hoteles MarSolCieloyPlaya de un pueblecito de la Costa Brava. Que es una cosa muy habitual entre los hoteles y campings al lado del mar. Es posible que ya se hayan hecho todas las combinaciones posibles entre Sol, Mar, Playa, Cielo y Arena. Hay hasta campings con nombres como Caballito de Mar, pero incomprensiblemente no hay ninguno que se llame La Medusa Picante. Cosas del marketing. La cuestión, y volviendo al tema, es que las toallas del hotel se han convertido en el elemento a robar por excelencia. Como si en el precio de la habitación entrara de regalo el juego de toallas. Como si de una cuenta de un banco se tratara. Dicho esto, no sería algo a descartar que los hoteles pusieran las toallas con cadenas, cuales bolígrafos de caja de ahorros. “Séquese aquí, ya fregaremos nosotros”.

A tanto ha llegado el tema que cualquier objeto de la habitación del hotel es susceptible de ser robada. Juegos de sábanas, lamparitas, cuadros… Pronto en los folletos de las agencias de viajes vendrán indicados reclamos como: “Desvalije su propio hotel, ¡usted también puede!”. El colmo de todo esto llega cuando alguien abre el mítico mueble bar. Cualquier persona de un país nórdico abriría la nevera, vería una botella de whisky de 40 eurazos y pensaría: “Vaya, qué cara, no la puedo pagar, beberemos otra cosa”. Un español haría cálculos sobre cuantos mililitros de orín pueden generar entre él y su querida pareja para volver a rellenar la botella sin que se enteraran los del hotel. “Total, es del mismo color”.

Y entonces aparece nuestro querido amigo Sörklúnd Grïhander de los fiordos, llega al hotel español, saca su billetera para pagar los 40 eurazos de la botella porque resulta que este sí los tiene, bebe… Y ahí está. Se va a su país con todo el sabor en la boca de la famosa Marca España.

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